miércoles, 4 de noviembre de 2015

CNT1516.02b Describir y Narrar. Trabajos-Olor

Olvido

Hoy que algunos están  interesados en que olvidemos nuestro pasado, yo no olvido, aunque seguro que mis recuerdos no son exactamente lo vivido, porque el tiempo tiende a cubrirlo todo de una niebla espesa y fría: donde hoy existe una valla metálica, ayer habitó un árbol que nos dio sombra y fue cobijo para los nidos del jilguero y del estornino, ¡qué rápido se van los recuerdos nadando por el río del olvido! Todo lo queremos convertir en bello y limpio, lo que ayer estaba sucio, desordenado y frio pero palpitaba de vida y respirábamos ¡aquel aire tan húmedo que aquietaba nuestros cuerpos ateridos! tan necesitados del calor del fuego y del abrazo no dado, por considerarlo debilidad cuando es lo que nos hace fuertes, humanos y queridos; las caricias no dadas, los besos no pedidos, como las gotas caídas del rocío sobre las hojas, se mantienen un instante hasta evaporarse para volver a ser nube.
Pensar en las palabras me pone el ánimo vivo, me recuerda que soy ser, tiempo, esencias mezcladas del pasado y del presente, que soy sangre, que la savia circula por mis arterias, atraviesa mi geografía resucitando mis órganos dormidos: mi corazón, mi cerebro; mis manos y mis dedos que sujetan el bolígrafo e intentan coordinar pensamientos surgidos del vacío, llenando sus continentes de nueva savia, desperezando, brotando lo que permanece escondido, como el árbol vareado que es necesario agitar para que desprenda su dulce fruto.


olores

Un olor, un aroma puede evocar un pasado, una época, una historia, concentrar un momento, envolviéndolo para traerlo al presente. Sentir la fragancia de un jabón, la sensación que produce al contacto de una  piel aterciopelada, emanando una emoción escondida, comprimida,  como si fuera un archivo mental al que recurrir, cuando sentimos la necesidad de recordar a personas, lugares, momentos vividos, que ya no volverán, pero que están ahi petrificados como la imagen en el portafotos. 
A veces ocurre, que asociamos los olores a personas concretas, por lo que significaban, o por la tarea que realizaban. Como los recuerdos negativos y positivos, desechamos los malos y grabamos en nuestro cerebro los buenos, y ahi permanecen: el olor de la hierba recien cortada, el trabajo de la siega,  evoca una época de mucho esfuerzo, hombres y mujeres trabajando, con sus sombreros encalados agachando el lomo para recoger la simiente, que más tarde sería grano y con la molienda pasaría a ser fina harina, que con el contacto del agua y unas manos habilidosas, al calor de la leña en el horno transformen esas materias en un pan oloroso y crujiente, ¡Quien no recuerda el olor del pan recién hecho! Calor, sabor, satisfacción, la tripa gustosa.

¡Qué mal huele el gallinero! Las gallinas se recogen temprano, descansan, picotean el grano de maíz, gusanos, para luego expulsar en un rincón el milagro ovalado, ¡que sensación al tacto! cuando se recoge el huevo tibio y se deposita en la cesta con mucho cuidado; de ahÍ a la sartén, el chisporroteo al chocar con el aceite hervido y ese chasquido incesante que te hace salivar y te enciende el deseo. Pura transformación. La gallina crea aunque repita sus cuadros.

Olores y sonidos confabulándose para llevarnos y traernos, del pasado al presente, de los momentos vividos, perdidos, esforzándonos por sentirlos, oírlos.

MªJesús Botana

Noviembre 2015

***
Uno de los inconvenientes de ser una persona complaciente es que acabas dedicando tu escaso tiempo de ocio a hacer recados para otras personas. Esa es la razón por la que se encontraba en su única tarde libre en una tienda esotérica. Le había llevado más de veinte minutos localizar el pequeño local y otros dos en adaptar su pituitaria al fuerte olor de la tienda. Era una mezcla de pachuli e incienso.
- ¿Qué se le ofrece?-se oyó desde el fondo de la tienda. Era una mujer muy bajita, de pelo negro y mirada intensa. Vestía una túnica morada con bordados en el escote. Muy bien caracterizada pensó Sara.
- Busco a Madame Olivia.- dijo Sara-
-La ha encontrado joven.-  Contestó la mujer bajita mientras se acercaba.
- Me manda mi amiga Ana Imaz
- La recuerdo. Una chica pelirroja muy bonita. Un espíritu generoso y un Aura limpia.
- De su aura no sé nada pero lo demás la describe muy bien. Me dijo que tenía que recoger un paquete. - habló rápidamente. Aquel lugar la ponía nerviosa. No podía entender como Ana, una licenciada en aeronáutica podía creer en estas cosas. -Ella no ha podido venir.
- Me avisó. Lo tengo en la trastienda. Por qué no se da una vuelta por la tienda, quizás algo le llame la atención.
- Umm no creo en estas cosas. La esperaré aquí. La magia no tiene sitio en mi mundo. -Siguió diciendo, pero la mujer ya había desaparecido al fondo de la tienda.
Echó un vistazo a su alrededor. Había poca luz pero se apreciaba que la tienda estaba llena de cachivaches, velas y calaveras. Entre los estantes una cajita negra llamo su atención. Era de madera y la tapa estaba profusamente detallada. Levantó la tapa y dentro de ella había una piedra blanca. No tenía nada de extraordinaria. Se parecía a las que recogía de pequeña en la playa del pantano de Arija. La cogió y la coloco es su mano. Estaba fresca al contacto con su piel. Sin saber por qué cerró su mano y sus ojos. Al volver abrir la mano la piedra se había tornado rosa pálido. ¡Qué curioso! Pensó Sara.
- Tendrás suerte. -Escucho a su espalda.
- ¿Perdón? - dijo sobresaltada.
- He dicho que tendrás suerte. La piedra no miente. -Dijo quitándosela de las manos y guardándola en su lugar.
- Es una piedra. Las piedras no hacen nada. Son inertes. - replicó.- además que quiere decir con que voy a tener suerte. ¿Me tocará la lotería? ¿Me ascenderán? Y la suerte, ¿será buena o mala?

- Querida, -le dijo pausadamente.- La suerte no es ni mala ni buena. - Le entregó una bolsa marrón y siguió hablando mientras le acompañaba a la puerta.- Piense en lo verdaderamente importante y vuelva a visitarme. -Dicho esto cerró la puerta y oyó como echaba cerrojo tras de sí.

***
Fui hija de madre soltera y me obsesioné con la figura paterna. Tanto que cuando los reyes me trajeron el juego de " La fábrica de los perfumes" me entretuve , días y días, elaborando mi más importante creación: una mezcla de pachuli blanco y cedro, que metí en un precioso frasco y rotulé como " el olor de mi padre ". Recuerdo muchos momentos en los que asomaba la nariz y me refugiaba en su aroma fantaseando sobre él.

          Mi madre y Luis se casaron, después de un largo noviazgo, pero yo seguía idealizando la imagen de mi padre biológico. Obstinada, a los quince años conseguí conocerlo. En nuestro primer encuentro se me ocurrió llevarle una botellita con el que para mí era " su olor ". Se la regalé y le conté toda la historia. Pues bien, la olió y, con una sonrisa forzada, saco un pañuelo y envolviéndola burdamente, se la guardó en el bolsillo. La verdad es que la fragancia era fuerte e intensa.

          Al poco tiempo, en el cumpleaños de Luis repetí, paso a paso, exactamente, la misma ceremonia. Desde ese momento hasta hoy, no recuerdo un solo día en el que no se perfumara con pachuli blanco y cedro.

          Mi padre se llamaba Luis Rodríguez González y su olor y memoria me acompañaran el resto de mi vida.



             Gracias por todo papá.   

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