miércoles, 21 de octubre de 2015

CNT1516.01 El Primer Encuentro- Alambique -Trabajos

ALAMBIQUE




Más de uno imaginará conociendo a la autora de este blog que voy a hablaros del conocido bar de copas Alambique de Bilbao. Sí, ese situado en Alameda Urquijo y que tan buenas opiniones tiene en tripadvisor. Pues no!.

Resulta que la profesora del taller de escritura al que asisto nos ha propuesto como primer ejercicio que escribamos unas 200 o 300 palabras inspirándonos en la palabra alambique.

Algún otro pensará: Ya está, Esther hoy nos va a hablar de algún aguardiente o similar!. Pues tampoco!.

Y algún otro querrá hilar más fino y estará seguro de que voy a hablar del whisky de malta, ese que se elabora en alambiques de cobre, tradicionales, que es lo que hace que cuesten el doble que los whiskys elaborados en alambiques de patente. También error!.

Dios, quien no lea habitualmente el blog creerá que no hago otra cosa que hablar del “bebercio”!. Para nada!.

Y mientras cuento las palabras que llevo escritas, me pregunto como voy a salir de ésta. Pues creo que lo tengo: Al igual que en un alambique, mi cabecita se llenará en este curso de ideas y más ideas para después de un proceso de calentamiento y un posterior proceso de enfriamiento, extraer el oro líquido, eso por lo que haya merecido la pena embarcarse durante casi cuatro meses en esta estimulante tarea!.

Como siempre, a lot of besiños!.

Esther Rey


OBJETOS PERDIDOS


Vació los bolsillos del abrigo y no lo encontró. Esperó la llegada de los viajeros y no apareció. Preguntó a las azafatas y le acompañaron hasta el avión. Abandonada en el portaequipajes vio su pequeña maleta azul. Mostró una fotografía y lo recordaron dormido, abrazado a su osito azul. Buscó en la maleta y tampoco lo encontró. Ni rastro. Lo condujeron hasta el departamento de objeto perdidos. Rellenó el formulario correspondiente a reclamaciones por extravío de equipaje y solicitó que se lo enviaran a su domicilio. Pasados varios días se dirigió al Juzgado de Guardia. Dos funcionarias anestésicas le dijeron que no había posibilidad de formular denuncia por esos hechos, que eran de escasa entidad. Ante la insistencia de presentar una denuncia llamaron a la fiscal. Ni siquiera se molestó en escuchar, menos en bajar. Tajantemente contestó no ser competente. “Un niño no es sujeto de derechos. Que se vaya a la Policía”. Estampó el teléfono contra la mesa; impulsada por la rabia ante semejante pérdida de tiempo, salió despedida a la consulta del cirujano plástico. Las funcionarias examinaron con desgana los diferentes modelos, finalmente hallaron una solicitud por extravío. “Preséntese en la oficina de registros y haga una petición de duplicado por extravío. Caso de que aparezca el original en casa, como está divorciado, cada uno tiene derecho a tener el suyo”. Le conminaron a volver otro día, una hora antes del cierre ya no se admitían solicitudes. Caminó hasta la comisaría más cercana y recorrió todas las dependencias hasta localizar la sección de objetos perdidos. Sacó la cartera y extrajo la fotografía de su hijo. Unos grandes ojos azules asomaron tímidamente. El Policía le dijo que todos los días recibían decenas de niños empaquetados y que los almacenaban en el cuarto de depósitos. “Todos los ojos son tan tristes como los de la foto. Baje y llévese el que quiera, mejor si coge varios. No es necesario que se lleve el suyo, coja cualquiera. Nadie los reclamará. Terminarán en contenedores de reciclaje convertidos en objetos útiles: chales en la playa con campo de golf hidráulico, deportivos provistos de asientos adelgazantes, viajes espaciales para eliminar la gravedad corporal, yates equipados con paneles bronceadores y papamoscas en la proa”. Como le digo “llévese alguno. Nadie vendrá a por ellos”. Tomó la calle que conducía a su casa, marchaba ligero de equipaje. Se tumbó en el sofá y accionó la palanca relax, era un hombre libre de relaciones paterno-filiales. Sonó el alambique, el té con licor de las cinco estaba listo para servirse.

                                                                            

Sarah Ponce Kutz – Octubre 2015
***
EL ARCANO DEL ALAMBIQUE
Ese día salió del estanco con paso más rápido que de costumbre, ya que tenía que llegar a casa antes de que su abuela –mujer de rígidos principios e intolerante ante cualquier debilidad humana – la sorprendiera en su cometido.
Su abuelo tenía una enfermedad, en aquel entonces innombrable ante el mundo infantil, pero para Diana su traducción era clara y simple: “prohibido fumar”.
No obstante, el abuelo todos los días le esperaba a la salida del colegio, le daba las pocas monedas de las que disponía y le mandaba comprar dos cigarrillos.
-        Abuelo, ya ves que a pesar del riesgo que corro antes mis padres y la abuela por mi complicidad contigo, todos los días cumplo con tu deseo y tú ¿cuándo me dejarás entrar en tu laboratorio? Ya tengo 10 años ¿soy mayor, no?
-        Muy pronto niña, es un aparato, heredado por mi tatarabuelo, es muy sagrado,  por esto no quiero que nadie se le acerque.
Diana mientras se conformaba con mirar ese misterioso instrumento – que el abuelo llamaba Alambique  - a través del cristal; le fascinaba su forma, la facilidad y transparencia de sus funciones, su goteo tras el circuito de los líquidos y los olores que se expandían del laboratorio a la casa con su evaporación. Además, lo miraba con gratitud, ya que siempre había oído comentar a la abuela que tal invento le daba de comer a toda la familia, aunque Diana pensara que más bien les daba de beber y debían ser bebidas muy agradables, visto el buen humor que reinaba tras los diversos “ensayos” de las destilaciones y las visitas que tal acontecimiento originaba .
-        Marta, es una suerte que podamos elaborar perfumes y alcohol libremente, piensa que antaño las autoridades eclesiásticas, igual que el café, llegaron a prohibir el uso del alambique, por ser algo “lujurioso” y….
Diana, sin terminar de escuchar la conversación entre la abuela y el abuelo, desde el cuarto dónde hacía los deberes, ya no fue capaz de contener su curiosidad y visto que la promesa hecha tardaba tanto en cumplirse, sustrajo las llaves de uno de los cajones dónde estaban escondidas y finalmente abrió la puerta para ver de cerca ese elemento tan embriagador.
Y fue más allá, ya que empezó a manipular primero el serpentín, luego  la caldera y el tubo y otras piezas, sin darse cuenta de que de repente la máquina se quedó en estado inerte.
Salió corriendo del laboratorio, previendo lo que tal avería podía acarrear. Cuanto más reflexionaba sobre el valor que sus prestaciones aportaba a su familia, más crecía su angustia por la catástrofe originada por su incontrolada curiosidad.
En efecto, las consecuencia no se hicieron esperar; la danza del vaivén entorno a su funcionamiento cesó de golpe. No se oía ni una voz en toda la casa y todos hacían lo posible para evitarla. Vano resultó el intento de Diana de apaciguar al abuelo, prometiéndole que le iba a comprar cuatro cigarrillos en lugar de dos.
Y el aparato, a pesar de la visita de algún técnico, seguía tan muda cómo desde que se paralizó.

Una noche, mientras todos dormían,  se levantó de la cama y tomó la firme decisión  de no regresar  a su habitación sin devolver a su familia su mayor y vital sustento. Bajó al laboratorio e ¡increíble! Las horas que había transcurrido hipnotizada, mirando el instrumento  detrás del cristal, empezaban a dar su fruto. Consiguió encajar de nuevo cada pieza en su receptáculo y aún antes que la misma se pusiera en marcha, todas las habitaciones se iluminaron, recreando en un instante el elixir, en forma de carrusel, dentro del cual el abuelo reflexionaba sobre el beneficio de la curiosidad.  





***

Siempre había estado allí, en la parte baja de la vieja casa, rodeado de trastos inservibles, esos que no se tiran por formar parte de nuestros recuerdos y nostalgias, que dejan de tener uso y se van amontonando uno tras otro. De todo aquél arsenal olvidado, el único chisme que había seguido teniendo su función era el pequeño alambique.
El día en que llegó la policía para inspeccionar la casa con el objetivo de encontrar pistas que condujeran a esclarecer el móvil y realizar las habituales pesquisas acerca del cadáver del varón que yacía en el suelo del sótano, no encontrarían nada que les hiciera mínimamente sospechar que aquél hombre presentara síntomas de haber sido asesinado.
Fue al conocer el resultado de la autopsia cuando oficialmente se supo que había sido envenenado por absorción de vapores emanados de una combinación de plomo y oro blanco destilado.
Tras los interrogatorios pertinentes la esposa tuvo que confesar y declararse autora del crimen. Ella era la única persona en el entorno del fallecido que sabía manipular aquel aparato llamado alambique, en apariencia inservible. En pequeñas dosis y mezclado con polvo de un analgésico había estado una larga temporada administrándolo  a su marido a modo de calmante de sus innumerables achaques.
Cuando le preguntaron por el móvil que le había llevado a recurrir  a esa estratagema para cometer asesinato, ella muy sosegada, satisfecha y convencida de todos sus actos ya que llevaba mucho tiempo madurando la idea, les mostró el crucifijo de cobre que llevaba al cuello. Había fundido el pequeño aparato, y se había prometido llevarlo de por vida, como condena y también como liberación. Finalmente hizo la siguiente confesión: Prefiero llevar a un maltratado al cuello que tener que soportar día tras día a un maltratador.
El Alambique. Luciano Murillo. Taller de Escritura. 26/10/2015


***

Tras pensarlo con ganas y tiempo, he llegado a la conclusión de que la palabra “alambique”, ni tampoco el artefacto que recibe ese nombre, despiertan en mi nada lo suficiente intenso o interesante como para llevarme a mí a escribir un texto sobre los mismos. Pero ahora que me estoy dando cuenta, este vacío significativo que se ha instalado en mí al leer la palabra en cuestión o al pensar en el artilugio que lo evoca, me ha llevado a la posibilidad de redactar este hecho que se haya en mí.

***
Talid entró en la habitación a oscuras. Se desplazó dos metros a su derecha y encendió tres velas que dieron identidad a la pequeña estancia.

El viejo alquimista volvió tras de sí hasta la puerta donde había dejado un par de sacos llenos de pétalos de rosas.

Esa mañana, durante el amanecer, había estado recogiendo rosas de su jardín, un pequeño oasis a orillas del desierto pero rodeado de montañas que refrescaban y protegían sus flores.

Cogió los sacos y los puso junto a una pequeña mesa de madera situada en el centro de la habitación, y sobre ella fue depositando algunos pétalos hasta cubrir toda la superficie.

A su izquierda se podían observar varias estanterías llenas de alcántaras de cobre y perfumeros, que Talid solía comprar en el mercado cuando una vez al mes aparecían las caravanas de camellos.

A su derecha, junto a las velas y donde más luz había, reposaba un alambique de unos cinco litros. Con ese artilugio destilaba las flores y plantas de sus jardines, obteniendo unas esencias aromáticas muy preciadas en la región.

Aquel cuarto en penumbra, emanaba gran variedad de intensas emociones producidas por la mezcla de aceites, maderas de cedro, incienso, lavanda, canela, romero, limón y rosas.

El viejo árabe ya estaba acostumbrado a aquellos olores pero sonreía cuando algún lugareño le visitaba para encargarle algún perfume y veía  el éxtasis al que llegaban, cerrando los ojos, interiorizando ese torbellino de olores y fragancias que a más de uno dejaba sin sentido. A Talid esto le resultaba muy placentero.



Neli



*****                    





 El viejo tren paró en la última estación de Francia, el tiempo justo para que subiera el único pasajero que esperaba en el andén. Le esperaba un largo recorrido, durante toda la noche atravesaría la región de los Alpes hasta llegar a su destino.


El viajero subió apresuradamente y se adentró por el pasillo hasta llegar a su compartimento. La puerta estaba cerrada y la abrió suavemente, en el interior una pareja joven sentada a cada lado de la ventana permaneció quieta.
Ni una mirada, ni un gesto, ni un saludo, serios, como disgustados, sentados uno frente al otro, miraban obstinadamente en direcciones opuestas, enrocados cada uno en si mismo.
El aire era pesado, el silencio denso y la cortina extendida a lo largo de la ventana, dejaba pasar tan poca  luz que apenas iluminaba, confundiéndose unos bultos con otros hasta formar una masa apelmazada y oscura.

El recién llegado contempló la escena detenidamente y luego se sentó en su plaza. Pasaron un par de horas y todo seguía igual, denso, pesado, compacto.
Así que después de carraspear suavemente, dijo en voz alta:
“ Disculpen, ¿les importaría si subo un poco la calefacción? Empieza a hacer frío…”
No hubo respuesta, así que puso la calefacción a tope.
Subió la temperatura, mientras el tren se deslizaba alternando una y otra vez estrechos túneles con grandes espacios entre las montañas, en el compartimento, los 3 viajeros transpiraban, pequeñas gotas de sudor destilaban por sus caras, deslizándose por sus cuerpos en un proceso de evaporación cada vez mas intenso.

Al amanecer el viajero carraspeo de nuevo y dijo en voz alta:
“ Disculpen, ¿les importaría si abro un poco la refrigeración? Este calor es sofocante…”
No hubo respuesta, así que puso la refrigeración a tope.
El frío se adueñó del compartimento, los sudorosos vapores que emanaban los cuerpos se enfriaron y el proceso físico produjo cambios, destilando nuevas miradas, nuevos gestos … ella se levantó y se sentó junto a su pareja, él le acarició las manos, … poco a poco la esencia del amor inundó el compartimento y la luz iluminó la escena.

De repente el silbido del tren anunció que estaban llegando a la estación final y el viajero se puso en pie, cogió su equipaje y abrió la puerta para salir. La joven sonriendo dijo:
“Disculpe, después de tantas horas juntos ni nos hemos presentado, me llamo Julia”.

El hombre, ya con medio cuerpo en el pasillo, giró despacio y, en el mas puro estilo James Bond, inclinándose ligeramente y poniendo una mano en el pecho, pronunció su nombre: BÍQUE, ALAN-BÍQUE
Y despareció entre otros pasajeros.


***

En paseo matinal, una valla publicitaria,  por su diseño y colorido ,  atrajo mi atención y mi
mirada se posó sobre ella. Efectivamente , bonito diseño , colores llamativos y grafía clara.
                     No habría pasado de un simple golpe visual si no fuera porque en su extremo inferior derecho ,
una frase rotunda y contundente me impactó : “ Alambica tus sueños “. Volví a leer “ Alambica tus sueños “
¡ Ahí es nada !-
                      Mi smartphone y Google vinieron en mi ayuda.  ALAMBIQUE :  Aparato cuyo origen se remonta a
varios siglos A.C.  en zonas de Persia, Egipto o Grecia y cuya finalidad es “ destilar ( gotear )   n líquidos mediante
un proceso de evaporación por calentamiento y posterior condensación por enfriamiento tras pasar por un
serpentín y así poder extraer las esencias de los diferentes líquidos.”  Desarrollado y perfeccionado por los
 alquimistas persas y  árabes en el siglo X  en su vano intento de conseguir oro tras procesos físicos y químicos,
 es introducido en Europa por árabes  y turcos , para pasar después  al continente americano y finalmente al resto
del mundo

De repente , un  elemento  físico , material , real , se convierte en correa de transmisión de algo imaginario , visceral ,
simbólico .  Alguien parece sugerirme , no ,  más bien me ordena ,  que materialice mis sueños.
El cuento de “ La lámpara de Aladino “ me viene a la mente .  Se han  invertido los términos. Lo que allí fluye ,
 aquí  se tamiza para convertirse en real , tangible , físico .
Material e inmaterial , físico y espiritual , real  e imaginario . Alambicar mis sueño .  ¿ Por qué no intentarlo ?

Jesús Mari García Morillo

***
Es la única solución. No nos quedan más alternativas. No desde que las últimas tormentas arrasaran con las cosechas y destruyeran los silos y los almacenes. No tenemos absolutamente nada.
Sé que es ilegal. Todo el mundo en la ciudad de Vas lo sabe. Si me descubren el castigo será duro. Con toda probabilidad acabaré en la Torre del Dolor. No lo sé. No me preocupa que pasará sino como llegar a mañana.
Que yo sepa no se ha utilizado en los últimos años, quizás en lustros. En mi cantón todos nos conocemos la teoría. El Consejo lo prohíbe pero es un conocimiento que se pasa de padres a hijos. A mí me lo enseñaron mis abuelos. No había nadie más. Mi madre hacía tiempo que se había ido a trabajar al Estadio.
Siempre me dicen que hay que tener mucho cuidado. Si el Consejo se entera no quedará nada del Cantón.
Pero yo sé dónde está. Sé que está escondido en la Casa del Tuerto, sobre la chimenea, debajo del tejado. Así me lo explicaron. No tiene sentido, pero he de dar con él.
Se ha escondido el sol. Es momento de salir. Quizás necesite ayuda. Jan me ayudará. No creo que me cueste convencerlo. Solo sé que tenemos que localizarlo. Hay que recuperar el alambique.



***

CARTA DE AMOR A UN ALAMBIQUE


         La primera caída ya me dejó, más que vacío transparente.Tu calor, tus curvas, mi destemple, los suspiros que separaron, una  a una , mi simiente para darme , Tú, la esencia por la que los demás me quieren.A ellos muestras orgulloso tu exterior, recubierto de opaco cobre y pobres tontos, no alcanzan a entenderme. Intentaron, en cambio, contenerme con un apretado envejecimiento para que olvidara la metamorfosis que por dos veces me hiciste vivir.Pensaron equivocadamente que aquel veteado abrazo seco, lento muy lento obraría el milagro.Y confieso me deje hacer derrotado como estaba y poco a poco barnizaron mi amargura de color melancolía, reflejo de mi principal sentimiento."Es por tu bien" ,decían ellos,"estarás mejor" y yo borracho de amor, llorando en silencio, suplicaba por volver a tus juegos etílicos aunque significaran mi muerte ( que seguro lo serían ) ¡ moriría de buen grado!
         
          Ahora que veo la luz, ya soy consciente de que mi fin será en otro ser pero prometo morir matando( o jodiendo) y en tu nombre dejar en sus gargantas mi huella a fuego para que hoy como yo muero, mañana sean ellos quienes maldigan mi recuerdo.



  Whisky anónimo
***


 El llanto de la lluvia:

Sentada en el diván de mi casa, frente a la ventana, observo la lluvia caer sobre el cristal; pequeñas gotas arrojadas por las nubes; delicadas, pasajeras, tranquilamente ausentes a los transeúntes que se resguardan de su huella bajo un paraguas, sumidos en sus propias preocupaciones. No obstante, si las gotas que marcan la ventana frente a mí se esforzaran en percibir la vida que habita al otro lado del cristal, serían testigos de cómo otras gotas, en esta ocasión saladas, ruedan sin descanso por mi rostro; serían testigos del llanto incontrolado de una mujer desesperanzada.

Hubo un tiempo en que mi vida no era así, en que las únicas lágrimas que asomaban por mis ojos eran causadas por una tremenda dicha. Los sábados salía con mis amigas y mi hermana, los domingos los pasaba con mi madre, y entre semana disfrutaba del eterno dinamismo de mi trabajo como editora. Pensaba que mi vida no podía ser más fructífera ni complaciente, pero luego conocí a Borja… era simplemente el hombre ideal: constantes sorpresas románticas me aguardaban en mi piso, declaraciones de amor, divertidas aventuras, extensas charlas sobre un futuro en común… ¿Quién podía despreciar una vida así? Yo no, desde luego, y así fue cómo a los seis meses acepté sin pensarlo un anillo de compromiso, un pasaporte al paraíso.

No obstante, algunas semanas tras la lujosa boda, el diablo en persona se presentó en nuestra nueva casa, decidido a destruir cualquier rastro de felicidad que osara asomar por la puerta. Las abundantes salidas con mis amigas se convirtieron en un café mensual lleno de reproches; las alegres estancias con mi madre, en una breve llamada semanal cargada de preocupación contenida; mi ambicioso trabajo en una casa que necesitaba cuidados diarios; y mi maravillosa relación amorosa… en un trayecto diario hacia el miedo, los gritos, las amenazas… los golpes.

Sentada en el diván de mi casa, frente a la ventana, sollozo por los besos que desaparecieron; por las caricias tornadas en agresiones; por los halagos transformados en insultos… sollozo por el cuidado maquillaje que se me está corriendo, dejando al descubierto moratones y cardenales que cubren todo mi cuerpo, y otros tantos invisibles, que han entrado en mi mente, en mi percepción de la vida, para no curarse jamás. Pero sobre todo, lloro por la vergüenza y el temor que no me permite salir a buscar ayuda, liberarme de esta cárcel, de esta muerte en vida, de esta soledad opresora que me consume día a día.


Para las gotas que me observan impasibles desde la ventana, o para quien quiera molestarse en oírme: declaro que, efectivamente, hace 7 años acepté sin pensarlo un anillo de compromiso, un pasaporte al infierno, a un morir eterno.
Maite Ekhine
***
MAITE MORA:
El aroma de la lluvia:

Era una mañana lluviosa en el centro de Donostia, como la mayoría de las mañanas entre los meses de noviembre y abril. Gloria se encontraba paseando entre los comercios abiertos, que daban cobijo a propietarios, dependientes y clientes agradecidos por poder resguardarse del frío y el sirimiri exterior. No obstante, para Gloria era un regalo el poder disfrutar de un paseo por su ciudad el día posterior a un diluvio: las calles estaban prácticamente vacías (a excepción de algún aventurero corriendo o paseando, como ella); las vistas proporcionaban placeres sólo a los que sabían mirar más allá de lo común, identificando una historia que se desarrolló en cada rincón de la ciudad, bajo la lluvia; las olas reposaban cansadas, después de una jornada de gran movimiento; y el olor…, sin duda, una de las mayores ventajas de San Sebastián era ese olor a lluvia, una esencia que ni el mejor de los alambiques podría recoger, una fragancia indescriptible, que te hacía recordar lo afortunado que eras de llevar una vida acomodada y prácticamente pacífica.

Al aspirar el preciado aroma de la lluvia vasca, Gloria alzó la cabeza al cielo y sonrió, completamente relajada, mientras el viento ondeaba su amplio abrigo rojo y su largo pelo moreno, la llovizna humedecía ligeramente sus facciones y su ropa (¿qué sentido tenía abrir un paraguas y despreciar unas pocas gotas caídas del cielo?) y los tacones de sus botas anunciaban su paso por las calles, proclamando la presencia de una treintañera feliz y aproximadamente satisfecha con su vida.

Mientras andaba se encontró con una pareja especialmente enternecedora, abrazándose mientras caminaban, buscando calor el uno en el otro; con una madre que intentaba convencer a sus hijos de por qué no era una buena idea bañarse en la playa en pleno invierno; y con otra joven muchacha de unos 18 años que andaba a paso lento al lado de su madre, ambas tranquilamente charlando y riendo sobre cualquiera que fuera su tema de conversación. Gloria sonrió a la joven, y para su sorpresa ésta le correspondió con otra amplia sonrisa, demostrando la conexión que dos personas pueden compartir tan solo por disfrutar con una misma actividad.

De repente a Gloria le entró hambre, y tras un reclamante rugido de su tripa decidió entrar en una pastelería cercana de La Concha para desayunar un croissant en la playa, disfrutando del espectáculo del vaivén de las olas. Según entraba en el local pudo percibir el delicioso aroma de la vainilla y el chocolate, mezclados con otros ingredientes destinados a hacer felices a miles de entusiastas de la repostería: fresa, naranja, limón, menta… En ese momento, al recordar la menta, a Gloria se le escapó una ligera carcajada, para extrañeza de la dependienta; y sin poder ponerle ningún remedio, su mente se olvidó del hambre que la acuciaba y se dedicó a rememorar la tarde anterior, cuando la música de Alejandro Sanz puso una preciosa melodía a su encuentro con Carlos y sus dos perros:

“… y sacas al sol las pestañas y el mundo florece; dejas caer caminando un pañuelo y mi mano sin mí lo recoge; tienes la risa más fresca de todas las fuentes… tienes verdades, abrazos que abarcan ciudades; tienes un beso de arroz y de leche en el valle…”
***
El llanto de la lluvia: 

Sentada en el diván de mi casa, frente a la ventana, observo la lluvia caer sobre el cristal; pequeñas gotas arrojadas por las nubes; delicadas, pasajeras, tranquilamente ausentes a los transeúntes que se resguardan de su huella bajo un paraguas, sumidos en sus propias preocupaciones. No obstante, si las gotas que marcan la ventana frente a mí se esforzaran en percibir la vida que habita al otro lado del cristal, serían testigos de cómo otras gotas, en esta ocasión saladas, ruedan sin descanso por mi rostro; serían testigos del llanto incontrolado de una mujer desesperanzada.

Hubo un tiempo en que mi vida no era así, en que las únicas lágrimas que asomaban por mis ojos eran causadas por una tremenda dicha. Los sábados salía con mis amigas y mi hermana, los domingos los pasaba con mi madre, y entre semana disfrutaba del eterno dinamismo de mi trabajo como editora. Pensaba que mi vida no podía ser más fructífera ni complaciente, pero luego conocí a Borja… era simplemente el hombre ideal: constantes sorpresas románticas me aguardaban en mi piso, declaraciones de amor, divertidas aventuras, extensas charlas sobre un futuro en común… ¿Quién podía despreciar una vida así? Yo no, desde luego, y así fue cómo a los seis meses acepté sin pensarlo un anillo de compromiso, un pasaporte al paraíso.

No obstante, algunas semanas tras la lujosa boda, el diablo en persona se presentó en nuestra nueva casa, decidido a destruir cualquier rastro de felicidad que osara asomar por la puerta. Las abundantes salidas con mis amigas se convirtieron en un café mensual lleno de reproches; las alegres estancias con mi madre, en una breve llamada semanal cargada de preocupación contenida; mi ambicioso trabajo en una casa que necesitaba cuidados diarios; y mi maravillosa relación amorosa… en un trayecto diario hacia el miedo, los gritos, las amenazas… los golpes.

Sentada en el diván de mi casa, frente a la ventana, sollozo por los besos que desaparecieron; por las caricias tornadas en agresiones; por los halagos transformados en insultos… sollozo por el cuidado maquillaje que se me está corriendo, dejando al descubierto moratones y cardenales que cubren todo mi cuerpo, y otros tantos invisibles, que han entrado en mi mente, en mi percepción de la vida, para no curarse jamás. Pero sobre todo, lloro por la vergüenza y el temor que no me permite salir a buscar ayuda, liberarme de esta cárcel, de esta muerte en vida, de esta soledad opresora que me consume día a día.


Para las gotas que me observan impasibles desde la ventana, o para quien quiera molestarse en oírme: declaro que, efectivamente, hace 7 años acepté sin pensarlo un anillo de compromiso, un pasaporte al infierno, a un morir eterno.
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ALAMBIQUE DE CLEOPATRA

Nació y vivió en Egipto hace más o menos 18 siglos, su  cabeza no lució tiara alguna, no gobernó

en una civilización que posee el arte más refinado y mejor conservado de la humanidad, ni ordenó

construir un mausoleo donde dormir el sueño eterno de los dioses, aunque fue capaz de diseñar un

aparato sencillo y práctico para la destilación, incluso le  pusieron su nombre “alambique de

Cleopatra”. Dueña de un particular genio creativo experimentó con pesos y medidas en un intento

por cuantificar el lado más práctico de la alquimia. Anterior a ella otra mujer “María la judía”, la

primera alquimista de Alejandría a la que debemos el invento del “baño María”.

La alquimia era una práctica perseguida y castigada, quedando en el anonimato los nombres y los

hallazgos de muchos de aquellos creativos. Las mujeres eran una expertas y la desarrollaron para

hacer maquillajes, unguentos, perfumes para embellecer su cuerpo y otros usos del hogar.

Más tarde un griego llamado Lósimo perfeccionó el primer diseñó del alambique: este consistía en

una caldera hermética de la cual salía un tubo que conectaba a un serpentín, el cual se introducía a

un recipiente para poder ser enfriado con agua. Los árabes lo perfeccionaron aunque no tuvo

continuidad porque no les interesaba el alcohol. Los monjes en sus monasterios lo desarrollaron asi

como los irlandeses para elaborar la cerveza, utilizando el propio vapor de agua que produce el

mosto para elaborar  el alcohol.

Tuvieron que pasar varios siglos para encontrar nuevos usos a la destilación; fue durante la

Revolución Industrial: el carbón desprendía un gas inflamable al ser calentado y se aprovechó

para producir gas de alumbrado, también el alquitrán.

Desde siempre el ser humano ha sido creativo y ha sabido dar además un uso práctico a

sus inventos con los materiales que encontraba en su entorno.

            MªJesús Botana
***
Habían transcurrido varias estaciones desde que Narayan partió de su hogar en la búsqueda de lo que él definía como pureza interior. A lo largo del camino surgieron numerosas experiencias y personas. Con todas se paraba, les hablaba de su sueño y les preguntaba por si conocían a algún hombre sabio quien pudiera guiarle y darle las pautas o fórmulas para cubrir su ansia de transformación interior.
A decir verdad, la mayoría le miraba con perplejidad, otros con lástima y no eran pocos quienes de él se burlaban. Él era consciente de ello, pero de muy joven alguien, posiblemente su abuela, le dijo, “si quieres cumplir tus sueños, debes compartirlos, ya que la llave para cumplirlos puede dártela quien menos te lo esperas” 
Así que unas veces lo enviaban hacia el Sur, otras hacia el Norte recorriendo el camino inverso, aunque para él siempre el camino representaba acercarse a su destino.  Cierto día, junto a la vereda de un río se topó con una humilde choza semi oculta entre unos árboles. La vivienda era sencilla, corriente, muy parecida a otras con las que se había cruzado durante las últimas jornadas. Junto al porche, en un pequeño pero cuidado jardín vio a una niña de unos 5 años que jugaba acariciando y hablando a unas flores, Narayan se sorprendió preguntándole si conocía a algún sabio. Ella, sin dejar de mirar un abejorro que revoloteaba cerca de ella, le señaló hacía la casa.
Apresurando el paso, mientras se acercaba, imaginaba un anciano de barba poblada y mirada serena. Antes de tocar a la puerta se encaminó hacia la ventana. Frente a él, se encontró con una joven de unos 30 años que lo miraba y como si de un espejo se tratara Narayan le devolvió una sonrisa. Su cuerpo entero se relajó y serenó. Tímidamente tocó el cristal sintiéndolo con las yemas de sus dedos y la chica lo hizo pasar con un imperceptible pero inequívoco gesto.
Una vez dentro, los dos se quedaron sentados frente a frente, mirándose estáticos, concentrados y absortos… casi ausentes. Mientras, el cielo se dejaba acariciar y pintar al antojo del viento, las nubes y el sol en un impresionante atardecer a sus espaldas, aunque para ella el tiempo apenas le pareció el que una hoja necesita para posarse en el lugar elegido en la hojarasca tras soltarse de su rama. Para él, entrenado pero no tan acostumbrado, el tiempo se dejó sentir de manera algo más prolongada, como el tiempo que requiere una mariposa en decidir en qué flor posarse. En ese momento, despegó sus labios para decir algo avergonzado:
-  “Disculpa mi torpeza, buscaba a un sabio anciano y ahora me doy cuenta de que a pesar del largo camino, no acerté a eliminar todos mis prejuicios. Siento que es a ti a quién he estado buscando todo este tiempo.”
Ella sonrió, no era la primera vez que le ocurría, aunque con un gesto le hizo sentir que agradecía se hubiese dado cuenta que la sabiduría tiene nombre de mujer.
-            “Qué es lo que vienes a mostrarme?” pregunto la joven.
-            “¿A mostrarte?, yo solo busco respuestas…”
-            “Pues comparte conmigo tus preguntas, a menudo hay más sabiduría en las preguntas que en las mismas respuestas.”
-            “Vengo en busca de la pureza absoluta, emprendí el viaje hace muchos años, hasta convertirme en el peregrino que ves. He aprendido y me he desprendido de mucho en el camino,  siento que aún me queda mucho por recorrer pero mis pies están cansados, necesito tu ayuda”.
-            “Alambique”
-            “¿Alambique?”
-            “Marcha al bosque, y conviértete en alambique, deja que todo tu interior vaya vaporizándose célula a célula, tejido a tejido, deja que tu alma fluya desnuda. Todos tus recuerdos deben fluir también, los que tienes almacenados del primer viaje de encuentro entre tu padre y tu madre, de los 9 meses que trascurriste como parte de un ser que luego te entregaría generosamente a este mundo, de todos tus años y experiencias en la sociedad con la que has interactuado. Atrápalo, siéntelo, analízalo, déjalo enfriar.  Luego… déjalo marchar. Lo que quede serás tú en esencia pura. Tú, vaciado de quién creías ser. “
Narayan marchó hacia el bosque, allí permaneció muchos años, convertido en alambique hasta que un día regresó a su pueblo, nadie lo reconocía por las calles…, excepto él mismo.

CNT1516.01   Iñigo Eguren,   21/10/2015

***


         Xabier, de 6 años de edad, recién duchado y con un pijama de chaqueta y pantalón azul, cenaba sentado en la mesa de la cocina. Eran las 8,30 de la tarde y estaba acabando de tomar un tazón de cola cao repleto de galletas.
         Como estaba ya muy cansado, su aita y su ama le estaban dando conversación para que acabase el cola cao sin dormirse.
-            ¿Hoy que habéis aprendido en la ikastola?, le preguntó su ama.
-            - Nos han explicado un aparato que sirve para hacer licores, dijo Xabier.
-            ¿Y qué aparato  es ese?, inquirió el aita.
-            Es un aparato que tiene forma como la de la lámpara de Aladino con un tubo alargado y fino.
-            ¿Y cómo se llama?, volvió a preguntar su aita.
-            No me acuerdo. Creo que es un nombre árabe.
         En ese momento entró en la cocina Arrate, la hermana de Xabier, que ya tenía 9 años, y dijo:
-            No puede ser nombre árabe porque, según tengo entendido, los árabes no beben alcohol.
-            ¡Ya está la lista!, dijo Xabier. ¡Es un nombre árabe!
-            ¡Que no puede ser árabe!, repitió su hermana.
-            Hay árabes, terció la ama, que beben alcohol. Los que no beben alcohol son los de la religión musulmana.
-            Creo que se llama alambra, o algo así, recordó Xabier.
-            Alhambra es una ciudad de origen árabe que está en Granada, dijo la ama.  
         Xabier acabó el cola cao y señaló que iba al baño a limpiarse los dientes. Al levantarse se acercó a su hermana, le dio un pequeño  empujón y le dijo en tono burlón:
-            ¡Es nombre árabe. Lista!
-            ¡Que no te enteras!, le replicó su hermana. 
-            A los pocos minutos, Xabier que había comprobado el nombre del aparato entre los libros de la ikastola que tenía en su mochila, se acercó a la puerta de la cocina y le dijo a su hermana:
-            ¡Lista. Es un alambique!. ¡Alambique mala pulga te pique! Y se marchó corriendo hacia su habitación.
¡Como te agarre…! le dijo su hermana, a la par que salía corriendo detrás de su hermano.
Cuando le pilló, le despeinó y le dio un beso en la mejilla.
-            ¡Alambique, ese beso para que mi hermano no se pique!
***

ALAMBIQUE

                     Entramos poco a poco a la clase, que a modo de caldera nos recibe;  somos un grupo variopinto, numeroso y diversificado por la edad, el bagage vital y profesional.

Cada uno expone un poco su historia y la materia que cada uno va a aportar;  luego  irá uniéndose a la del resto de los componentes.
        
         En la clase caldera irá subiendo la temperatura con el esfuerzo de unos y otros. Se irán calentando las ideas que  por medio de la evaporación pasarán , a la parte estrecha o serpentin;  aquí por medio de la corrección, de limar y de tachar y de cambiar, se producirá la condensación que   al volver a enfriarse  con la objetividad, al darle la distancia precisa.  Asi se conseguirá finalmente con una o varias destilaciones que  los aromas y los alcoholes que esperamos, sea,  al final de curso  al menos un caldo con   D.O.


         Donostia/San Sebastián, 26 de octubre de 2015
         M.M.



***

RECORDANDO         

            Solo había entrado a curiosear mientras pasaba el tiempo hasta su cita con el dentista. Siempre se había sentido atraída por las tiendas de antigüedades. Le gustaba pasear entre esos objetos olvidados, rodeados de misterio y silencio que aguardaban su oportunidad para ser valorados y apreciados de nuevo.
            Ella nunca compraba nada, simplemente dejaba volar su imaginación hasta otras épocas pasadas con la complicidad que le brindaban estos trastos antiguos.
            De pronto, su mirada se posó en un estante y su corazón comenzó a latir con  fuerza ¡No puede ser!-pensó. Es el mismo que utilizaba mi abuelo. Lo sé porque siento que me llama, me quiere decir algo.
            Estaba tan absorta en su pensamiento que no oyó al dependiente que se acercaba.
-¿Se encuentra bien, señora?- Le preguntó.
-Sí, sí, no se preocupe. Es que creo que ese alambique perteneció a mi abuelo- logró decir.
-¡Ah! Que emocionante debe  de resultar recuperar un trozo del pasado. Yo amo las antigüedades pero no he conseguido hallar ningún objeto que me afectara personalmente.
            El comerciante quiso saber más sobre la historia de ese invento que había llegado a sus manos vendido sin mucho interés  en un mercado de Madrid. Le había llamado la atención porque era de origen marroquí. No era de los fabricados en España.
-Cuénteme usted, por favor, lo que sepa  de éste destilador.
- Cuando era pequeña-comenzó a contar- pasaba los veranos en casa de mis abuelos. Eran comerciantes de ultramarinos. En el colmado había toda clase de productos que se vendían bien. Era un comercio próspero y un referente en la ciudad. Mi abuelo había viajado por tierras moras, como decía él, y eso le daba un toque de distinción y un halo de misterio que él sabía explotar muy bien.
-¡Ah! Puedo imaginar un local con utensilios antiguos, sacos de productos a granel, estanterías de madera oscurecida y ese olor añejo, mezcla de producto fresco conviviendo con salazones y encurtidos-decía el comerciante- dejando vagar su imaginación.
-Así es-continuó ella- Pero de todo aquello lo que más me gustaba a mí era entrar en la trastienda, en la habitación del fondo, donde mi abuelo tenía su rincón secreto. En ese cuarto, él se pasaba horas haciendo experimentos de todo tipo pero lo que mejor hacía era manejar el funcionamiento del alambique. Este era su tesoro más preciado, colocado en un rincón especial para destilar su delicioso  y afamado Licor de hierbas Alberto.
            Seguramente compró ese valioso utensilio en uno de sus viajes a Marruecos pero desconozco cómo ha podido llegar hasta aquí. Sé que se trata del mismo objeto porque tiene las iniciales A G grabadas en color verde en la parte de abajo.
***
ALAMBIQUE        

        26 de Octubre de 2015
Durante una semana almacené y recopilé dentro del perolo cabelludo gran cantidad de palabras e ideas en torno al objeto que nuestra profesora nos encargó definir y también las utilizadas por ella en nuestra primera clase (Sinestesia; Magnitudes: real física y real química, imaginaria o vivencial, y simbólica o convivencial; la alquimia; volatilización; destilación, evaporación; condensación; conversión de los metales en oro; expresión con sutileza artística) siempre buscando acertar a mostrar de la manera más clara, precisa, certera y comprensible para el lector el significado de la misma.
Las ideas, una vez dentro de la olla cabelluda, estuvieron ebulliendo durante varios días y noches en la misma. Por el calor producido su roce durante esos días,  no pudieron contenerse algunas de ellas y tras pasar un período de fría y titubeante reflexión para obtener la más pura, afinada y precisa definición del objeto en cuestión, sin que ninguna palabra o expresión desafortunada, ni la ausencia o exceso del uso de ningún signo de puntuación gramatical denigrase o confundiese la comprensión del lector.
Al cabo de unos cinco dias de ir tamizando muchas ideas y frases, que se se fueron enfriando y posando tras pasar por el estrecho serpentín o cornamusa obturado por el raciocinio, llegó la hora de abrir el grifo y recoger la idea y las frases que salieron a cuentagotas. De esta manera alambiqué o destilé esta pequeña obra literaria, que cual utópico, quimérico e imposible oro de los antiguos alquimistas, os presento con más rubor que satisfacción.
En opinión del autor, esta obra debería  ser alambicada una y otra vez más hasta conseguir un cierto color aúreo, como en sus quiméricos intentos pretendían aquellos antiguos alquimistas, para que pueda ser mínimamente comprendido por el lector. Pero debido a la premura del tiempo y al atoramiento en que se encuentra el paso de mi serpentín, doy fin a mi escrito.


Xanti Alberdi

El alambique
            Luisa se quedó con la cama de nogal y las sábanas de lino, Carmen con el arca tallada del zaguán, y yo con el alambique de cobre.
            Comencé destilando una brazada de romero tal como recordaba que hacía mi madre, mimando el fuego; el goteo primero lento y luego más seguido y el líquido amarillo y aceitoso que crecía en el frasco de cristal y el aroma, sobre todo el aroma y fue volver a las mañanas de invierno y sentir sus manos mojadas en el aceite de romero frotando mi espalda y mi pecho, “No hay nada mejor contra los catarros”. Durante meses nosotros, nuestra ropa, la casa entera olía a romero.
            Durante años he destilado todo tipo de flores y plantas, pero ahora ya no; ahora destilo párrafos, frases, palabras que copio en papeles y que luego sumerjo en agua de lluvia hasta que la tinta se disuelve.
            Ahora leo el rótulo del frasco que destilo, versos 504/506, canto XXIV de la Iliada; caen las primeras gotas y comienzo a sentir una tristeza opresiva.
            Los busco (Príamo ruega a Aquiles que le entregue el cuerpo de su hijo Hector): “Yo soy aún más digno de piedad y he osado hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo”
                                                                                            

                                                                                                         TSB 28/10/2015