lunes, 28 de marzo de 2011

Cuentos de TSB

MIRADAS1
El angel de la muerte dijo "vida por vida" y tocó con sus fríos dedos el corazón del hombre que anudaba la soga en una encina y cuando el hombre caía al suelo reconoció en su mirada la sorpresa del ciervo abatido desde el horizonte por el arma invisible, la desesperación del zorro atrapado por el lazo sutil y la rabia del jabalí acosado por la jauría; y la galga, ahora libre, miró a su amo con ojos tristes y hermosos, color avellana.


MIRADAS2
Tal como le dije al cabo, ese día me encontraba con el rebaño en el pago de Mirabueno, había metido las ovejas en el majuelo de la Plácida, la del molino, porque ya estaba vendimiado y fueron las perras, la Canela y la Lista...
¿Que abrevie?, sí señor juez; digo que fueron las perras las que con sus ladridos me alertaron…
¿La hora?, yo ya había almorzado, pan y una latilla de sardinas, pues serían cerca de las once, así que las silbé y las llamé, pero ellas seguían allí ladrando junto a la encina…
Digo la encina, señor juez, porque es la única que hay encima del majuelo y que está según se mira desde el camino hacia la izquierda, así que pensé a saber qué habrán encontrado y tiré hacia allá y así fue como hallé al Venancio, boca arriba, con una mano agarrando una soga y con otra como queriendo abrirse la camisa y la nariz y la boca cubiertas de una costra de sangre seca y moscas; junto a él estaba su galga…
¿Si lo moví?, no, ¿para qué?, además los muertos, de siempre, me han dado mucho respeto…
Sí, claro que me extrañó encontrar allí al Venancio, porque el Venancio era más de cantina que de andar por el campo, salvo cuando salía, de higos a brevas, a la liebre. Y para mí, señor juez, que la perra se le había hecho vieja y se la quería quitar de encima, aunque hay que tener mucho cuajo para aguantar la mirada de un perro sabiendo que le vas a matar, tendría usted que ver los ojos de esa galga, tristes y hermosos, color avellana.

La la la la la la, la la la la lo.
Erase una vez, una niña que vivía con su padre y con su abuela. Un día, al llegar de la escuela, vió aparcada a la entrada de su portal la furgoneta del asilo. Al entrar en casa, su padre la miró seriamente y le dijo- Tu abuela está muy vieja y no puede valerse ya por si misma. Ve a buscar esa manta grande que hay en ...el trastero. Me han dicho que en ese sitio hace frío por la noche- La niña encontró la manta y la partió en dos. Entonces entregó al padre media manta. Éste, al verlo, le dijo- Pero ¿te has vuelto loca?, ¿por qué has traído solo media manta?- a lo que la niña contestó- He pensado que el día en que tú tengas que ir al asilo también necesitarás taparte-. El hombre se quedó pensativo y decidió... que de paso que se llevaban a la vieja al asilo se llevaran también a la cría al hospicio.

MOUSSA

Hasta hace poco Moussa sólo conocía el sabor salado; salado es el sabor del sudor que brota con el sol del desierto, salada es el agua que salpica la patera y cuando su madre llora y él la besa, sus lágrimas saben a sal.
Luego descubrió el sabor amargo; amargo es no entender a los que te rodean, amargo es que te hagan sentir distinto y más amargo aún que cuando les entiendes te digan – Tú no – porque eres distinto.
Y ahora ha probado el sabor dulce; dulce es que te digan – Moussa juega con nosotros – y dulce es entenderlo y dulces son los labios de su madre cuando le besa.
Por eso Moussa conoce mejor que nadie los matices del sabor amargo, del dulce y del salado y sabe que un día su restaurante tendrá tres estrellas.

SENTIDOS

“Doña Carmen hoy nos tendremos que quedar adentro”, me dice Yoani con su acento cubano, y empuja mi silla de ruedas hasta el ventanal desde el que se ve el océano en cuyas orillas ha pasado mi vida.
El viento es muy fuerte, el mar se estrella contra los bloques que delimitan la carretera y la espuma, sorprendida, antes de caer se mezcla con la de la siguiente ola, desde aquí, tras la cristalera, la ausencia de sonido hace que todo, las olas, los escasos coches que circulan, las palmeras doblándose, parezca moverse a cámara lenta.
Este es el mismo mar al que hace ochenta años acompañaba a mi madre a mariscar, recuerdo la arena de la ría, oscura, terrosa, correr entre los dedos de mis pies, el ruido del agua, como besos, al subir la marea y el olor a lana mojada de la falda de mi madre, la otra orilla, a miles de kilómetros, de este mismo océano.
Miro mis manos, mis dedos doloridos y deformados por la artritis y acaricio las monedas de plata que forman mi pulsera, mi única joya. Cinco monedas de plata gastadas y brillantes…
¡Dios mío!

También aquel día de invierno había ráfagas de lluvia y viento, mi padre llevaba meses en la guerra, mi madre no fue ese día a la ría, ni Pablo ni yo a la escuela; recuerdo aquella última comida, las patatas blancas, humeantes, los torreznos oscuros, crujientes y el silencio, sólo el ruido de las cucharas raspando los platos de loza y al final la voz húmeda de mi madre “…esta tarde os llevarán hasta Gijón y de allí hasta Francia en barco, y pronto, cuando esto acabe, volveremos a estar juntos” y luego en la plaza del pueblo “… cuida de Pablito… en la bolsa lleváis unas mudas… cosidas en la bocamanga de tu abrigo van seis pesetas de plata… escríbenos cuando lleguéis”.

El calor de sus labios enfebrecidos en mis mejillas y el sabor a sal de sus lágrimas.



Mi padre murió en el frente ese mismo año. Ella en el verano del siguiente en un hospital de Burdeos adonde había llegado tras nuestros pasos poco después de que nosotros llegáramos a México.

No he vuelto a cruzar este mar.

Recuerdo la llegada a Veracruz, el calor y la humedad como algo tangible, y los olores desconocidos y el gentío que nos estruja y mi mano apretando la de Pablo y luego ya en el tren veo que ha perdido un zapato y le riño y le grito y él llora apretándose contra mí.

Pobre Pablo, tan dependiente de mí, tan menudo, murió ese invierno a los siete años de tifus.

Esa noche mientras velaba su cuerpecito en la enfermería, descosí la manga de mi abrigo saqué una de las monedas de plata y la metí en el bolsillo de su pantalón, peiné su flequillo y su frente fría sorprendió a mis dedos.

No he vuelto a llorar.

Luego México, Los Angeles, Nueva Orleans, y ahora al final en Pearl House, Miami, esquina Collins Avenue con la 81.

“Doña Carmen… ¡Doña Carmen!... Are you sleeping?”


PLURICUENTO


Se habían conocido en la cárcel del condado, eran tres pájaros de cuenta, Tuerto, el gato y Viejo, el zorro, habían pasado cuatro años en la trena por intento de secuestro de un menor llamado Pinocchio y Feroz, el lobo, se había tirado tres años en el talego por exhibicionismo repetido ante una abuela y su nieta.
Habían salido con la condicional y estaban en su obligatoria visita semanal ante la asistenta social, Dolly, la oveja, que tiene un inquietante parecido con su madre hasta el punto de parecer gemelas; Dolly es una soltera ingenua, tímida y está secreta, pero profundamente, enamorada de Feroz; así que cuando éste le expuso cómo, ante la dificultad de encontrar empleo, habían pensado los tres, él, Tuerto y Viejo en abril una casa de agroturismo, una “gîte rural” dijo con exagerada pronunciación francesa y que se habían fijado en la casa conocida como la de Hansel y Gretel y que llevaba años cerrada, podría, si el municipio se la concedía, ser muy adecuada para ese fin.
A Dolly le pareció una idea maravillosa y les prometió hacer todo lo posible para ayudarles.
En la visita de la semana siguiente Dolly les entregaba las llaves y una hoja en la que se detallaban las condiciones de la cesión; si bien, les dijo, éstas eran un puro formulismo; y cuando Feroz, agradecido, estrechó su pata y la retenía entre las suyas con calculado gesto, Dolly no pudo evitar sonrojarse y sus sedosas pestañas aletearon como pájaros sorprendidos.


Un mes más tarde un letrero en el que se leía ”Home Sheep Home” (sic),
enmarcado por neones rojos, parpadeaba sobre la puerta de la vieja casa de Hansel y Gretel.
*****
Hoy, sábado, después de cenar en la “Forest Society”, Gentil Espín, Fétido Mofeta y yo nos hemos acercado hasta ”Home Sheep Home” y el ambiente era cojonudo extraordinario, en un rincón tocaba un grupo llamado “Los músicos de Bremen” y en la barra tres cerditas sonrosadas y tiernas como tocinitos de cielo servían copas en topless, un buen rato después y después de bastantes pelotazos y cuando paró la música y nos disponíamos a salir, Feroz, Viejo y Tuerto se acercaron y me dijeron, “Señor Juez, quédese, ahora cuando cerremos viene lo bueno, sólo para los amigos”, y os aseguro que aunque Daisy me ha dejado y mi hígado se resiente, este invierno las noches ya no son largas ni frías.



DONALD DANZON

Es probable que este nombre, Donald Danzón (en adelante D.D.) no diga nada a muchos de nuestros lectores, sería preciso retrotraernos 30 ò 40 años.
Cuando me encontraba revisando los archivos municipales de Patoburgo encontré que las primeras referencias acerca que D.D. aparecen en los años sesenta vinculadas a su doble y curiosa faceta de sobrino y tío; como sobrino de un mezquino banquero, Tio Gilito que ha pasado a la historia local como un inclemente especulador, con un final oscuro y aparentemente arruinado y que trata a D.D. con tiránica prepotencia; aparece a su vez D.D. como tío de tres simpáticos y traviesos de los que parece ser su tutor.
Entre otros personajes que aparecen con frecuencia vinculados a D.D. están los “golfos apandadores” personajes del hampa local, clientes habituales de juzgados y cárceles.
D.D está enamorado de su novia Daisy, femenina y sofisticada.
La imagen que nos llega de D.D. es amable y simpática, algo gafe, con propensión a equivocarse y con una voz muy característica.
Es a raiz de la desaparición de Tío Gilito cuando los datos acerca de D.D. muestran una evolución inesperada, desaparecen de su entorno los tres simpáticos sobrinos, tal vez por razones de estudio o trabajo; las menciones a Daisy son cada vez menos frecuentes, en un texto de estas fechas titulado Pluricuento¹ D.D. confiesa que Daisy le ha dejado y que su salud no es muy buena.
Encontramos, en los años ochenta, otra referencia a D.D. como abogado defensor de los “golfos apandadores” en un caso en el que aparecen imputados por extorsión a un constructor.
Y a partir de aquí la evolución de su carrera profesional es fulgurante, de modesto abogado local pasa a juez del condado de Patolandia donde muestra una habilidad sorprendente para hacerse con los casos de más repercusión mediática como Mister X, narcotráfico, terrorismo y que proyectan su nombre a nivel nacional, D.D. es ahora un juez estrella; cuida mucho su aspecto, su cabello plateado, zapatos italianos, abrigo de pelo de camello y aparece junto a rectores, políticos y banqueros lo mismo en cacerías que en aparatosas redadas policiales siempre que haya un micrófono o una cámara.
Pero la ley de la gravedad se impone y todo lo que sube acaba cayendo y los últimos informes nos muestran a un D.D. imputado por cohecho y prevaricación y apartado de su cargo.
D.D. ha dejado de ser noticia y su imagen antes omnipresente es ahora esporádica y fugaz.

Carl Barks corresponsal de The Patoburg Herald


¹ Véase CNT1011.X.18.TSB.01

No hay comentarios:

Publicar un comentario