martes, 15 de marzo de 2011

Cuentos de Zita

El cazo de Lorenzo


Lorenzo es un niño muy especial que siempre anda con un cazo a rastras. Parece que un día se le cayó encima y desde entonces lo acompaña a todas partes. Es un niño inteligente, cariñoso y sensible pero llama mucho la atención porque hace mucho ruido al arrastrar el cazo y la gente lo mira raro.

Además, el cazo le entorpece mucho en sus quehaceres. Cuando sube las escaleras se le engancha, si salta mucho le da en la cabeza y cuando anda le hace zancadillas. Así que todos tienen que esperarle o ayudarle y eso le incomoda mucho.

Lorenzo quiere librarse del cazo, lo ha intentado muchas veces pero sin éxito. Un día estaba tan harto que escondió su cabecita en él. Tanto escondió su cabecita que los demás terminaron por no verle y era como si hubiese dejado de existir.

“¡Toc, toc! ¿qué haces ahí dentro?” una ancianita rompió su silencio, le sacó la cabecita del cazo y le enseñó que el cazo, según cómo lo utilizaba le era muy útil y encima le daba ventajas sobre los demás. Podía ser más alto si se subía en él, lo podía utilizar de puente ante una charca, o cumplía su función de palanca y hasta podía jugar con él. La ancianita, además, le regaló una mochilita para no tener que llevar a rastras el cazo.

Gracias a ella aprendió a ver que su impedimento era su fuerza y al sentirse seguro todos empezaron a ver en él un muchacho listo y cariñoso.




El uniforme

Irene iba todos los días a la escuela con un uniforme que odiaba. No es que fuera feo, sencillamente odiaba ir exactamente igual que las demás acentuando la sensación de invisibilidad que cada día se le hacía más insufrible.

Era consciente de que no deslumbraba como la bella Cristina, tan alta y tan rubia, ni tampoco destaca con sus notas como la brillante Alejandra, ni qué decir, de la jovialidad y simpatía de Nerea que la ensombrecía constantemente. Ni siquiera era capaz de destacar frente a la malicia y las travesuras de Raquel…

Un día, consciente de que carecía de atributos suficientes para que las demás se fijaran en ella y el uniforme aún la ninguneaba más y viendo a su mamá teñirse el pelo, compró el tinte más llamativo y se lo puso en la cabeza. Su mamá puso el grito en el cielo pero ella se fue tan contenta.

Al llegar a la escuela miles de ojos se posaron sobre su azulada cabeza. De pronto sintió una enorme vergüenza y deseó con toda su alma volver a casa pero ya era demasiado tarde. Decidió seguir avanzando con la cabeza bien alta mientras escuchaba los comentarios y las risas de todo el mundo.



La flor

Había una mariposa que revoloteaba alegremente de flor en flor. Tenía preferencia por las margaritas y las flores de pétalos sedosos y oscuros como la sangre.

Un día se topó con una flor que enseguida le llamó la atención por su rareza. Comenzó a revolotearla prudente y curiosa. Era una flor cálida y sedosa que emanaba una extraña luz de un color todavía más enigmático.

Se fue acercando y conforme se acercaba sentía calor. Se asustó y se alejó pero tal era la atracción que le provocaba su enigmática belleza que decidió alcanzarla para probar lo que prometía ser el más delicioso néctar.

Al acercarse su brillo la fué cegando y aunque sentía cada vez más calor, podía más el deseo que el miedo. Y justo antes de alcanzarla, sus alas comenzaron a arder convirtiéndose toda ella en esa maravillosa y enigmática flor que tanto la sedujo.



Chispita

Una familia de ratones vivía en un caserío desde hacía ya muchísimas generaciones gracias a su discreción y sobre todo a su gran mimetismo con el entorno que les rodeaba.

Normalmente salían de sus guaridas por las noches y su pelaje se confundía notablemente con la tierra, los aperos de trabajo, los sacos de cereales y los muros de piedra, por lo que difícilmente el casero daba con ellas.

Los días discurrieron con tranquilidad hasta el día en que nació “Chispita”. Era un ratoncito alegre y travieso y tan cariñoso que todos quedaron prendados de él, pero al mismo tiempo una sombra de preocupación oscurecía sus rostros.

“Chispita” de pelaje sedoso brillaba como un limón. Relucía en la noche y destacaba en el día por contraste con los tonos apagados del caserío.
¿cómo iba a sobrevivir si se le veía desde muy lejos?

Para colmo era un ratoncito muy despreocupado. Lo habían mimado tanto por ser tan especial que él veía la vida como un juego y todos andaban como locos tras él para que no cometiera ninguna locura.

Una vez ocurrió que el casero pilló desprevenida a mamá ratita hurgando en el saco de cereales a una hora poco prudencial. Éste, al verla cerró el saco con ella dentro dispuesto a cazarla bien. Mamá ratita empezó a chillar asustada y “Chispita” acudió raudo hacia ella y al ver el panorama empezó a corretear alrededor del casero que asombrado de ver un ratón tan llamativo soltó el saco para cazarlo a él.

Corrió y corrió hasta colarse por una rendija donde al casero le fue imposible alcanzarlo mientras mamá ratita pudo liberarse y esconderse.

Esa noche lo celebraron por todo lo alto y dejaron de ver a “Chispita” como un problema.



La avellana


Tuvo la desgracia de nacer en lo más profundo del avellano donde jamás consiguió contemplar el sol en toda su redondez. Tal era su curiosidad que un día empezó a sacudir con fuerza su pequeñez y por un instante un ligero balanceo le permitió vislumbrar un amplio horizonte. Después, un largo crujido la arrojó en la más profunda negrura.

Ahora, esa negrura es tan lejana como amplio el horizonte que contempla.



No quería ser avellana


Una avellana, que no quería ser avellana, se encontraba un día en lo alto de una cesta con el resto de sus compañeras. Se sacudió como pudo y fue logrando desplazarse hacía un lado hasta que finalmente cayó al suelo y salió rodando hasta la habitación de Luisito. Luisito, al verla, la cortó con delicadeza en dos mitades perfectas, le quitó el fruto y rellenó de plastilina el interior de las cáscaras donde hundió un palito con una pequeña vela.

Ya no es una avellana; ahora son dos barquitos de vela con los que Luisito juega a piratas


El osito de peluche


Cada vez que cruzaban el blindado muro que rodeaba el campo para ayudar a su padre a descargar el carbón, un niño, delgado como la muerte, se le acercaba y le ofrecía religiosamente su osito de peluche, que él muy respetuosamente rechazaba.

Un buen día, tras mucho pensarlo, decidió aceptarlo y cuando volvió nuevamente a descargar el carbón con su padre, él mismo se acercó al niño y le devolvió su peluche, pero esta vez relleno de avellanas. El niño, al sentir su nuevo peso, le sonrió con una mirada, que él jamás olvidó.


El piano


Escuchar el piano para mí es un evocador placer. Me transporta a mi niñez sentada en una mecedora de mimbre, libro en mano y en frente mi padre con sus grandes manos bailando suavemente sobre el teclado de marfil. Apenas sí leía; cerraba los ojos y el mar y la luna eran las protagonistas. Mis canciones favoritas eran “Claro de luna” de Beethoven y “Nocturnos” de Chopin.

Siempre he soñado que me casaría con un pianista. De echo, me enamoré de un músico que componía tan maravillosamente que ganaba continuamente premios internacionales. Sólo tenía un fallo, era tan inestable emocionalmente que nunca tenía muy claro si quería estar realmente conmigo. Nuestra relación era intermitente, se iba y pasado un tiempo, volvía. Me cansé.

Años más tarde me enamoré un pianista congoleño de rastas plateadas y largas manos negras que animaban fiestas en los bares nocturnos de Madrid. Estuve un tiempo fascinada por él, pero su vida era tan caótica e incierta que a mí me acabó produciendo vértigo. Le abandoné…

Ahora soy muy feliz con mi chico. No toca el piano, pero me hace reír cada día y cada gesto suyo es una declaración de amor. Y cuando la nostalgia del piano entra en mi corazón, Beethoven o Chopin llenan nuestro hogar…


El sol favorece al hijo de las musas
O, el pintor inspirado

Era un pintor preocupado porque por mucho que trabajara
no conseguía crear nada que le llenara el corazón y muy a su pesar,
sus cuadros se vendían como espuma.
Tenía fama de huraño y maleducado, apenas se le veía en público.
De hecho, solamente hay imágenes de él dentro de su taller o en el salón
de su casa, entre sus libros y obras de arte maravillosas que decoran cada rincón de su intimidad. Son obras de otros, le encanta rodearse de la creatividad de otros, le produce una hilarante contradicción entre placer y envidia. Todo el mundo piensa que tiene un espacio para ser feliz y vivir holgadamente.

Pero él era feliz, de una felicidad distinta.
Era feliz cuando estaba sólo y también lo era con Nicole. No necesitaba nada más, lo tenía todo. Además, Nicole no sólo era su musa, él era el hijo de su musa y su musa le mimaba como hace cualquier madre
que adora a su hijo.

Le estorbaba todo lo que viniera de fuera de su espacio
de una forma tan impositiva como los medios de comunicación, los cotilleos, que él escuchaba como ruidos sucios, molestos que no podía entender… Cada vez que miraba afuera era más selectivo, eliminaba lo sucio y se centraba en lo que a él le encantaba. Descubrir la belleza, admirarla, embelesarse… Pero aún así, una cierta incomodidad en su espíritu lo consumía.





“Si, disfruto con la belleza, creo belleza, belleza que me favorece
tan generosamente el dios sol, no lo puedo negar…
Pero, sólo belleza, no es suficiente.
La belleza a secas se vuelve aséptica, tarde o temprano
deja de conmover. Hay belleza en lo feo, hay belleza en el dolor,
hay belleza en lo insignificante como en lo inmenso,
hay belleza hasta en los carteles desvencijados de una ciudad abandonada,
en la ropa tendida en los balcones de un edificio, en el gesto de un niño
que duerme, o en el brillo de la taza de café por las mañanas.
Pero como fuente inagotable de belleza está la naturaleza,
una belleza que conforme más la abarcas, más te asombra su capacidad
de recrearse, regenerarse, superarse. Es la belleza cruel de la supervivencia, la vida al fin y al cabo…”

“Tiene que haber una manera de crear nutriéndose de la belleza
de la vida, pero, ¿cómo expresar la esencia de la vida? La belleza sin vida no vale nada. Vida y belleza han de ir de la mano.”

“¡Eso es!!!! ¡tiene que ser eso!!! Mis cuadros no tienen vida, sólo belleza, por eso no me dicen nada…!


Con esas divagaciones andaba el pintor paseando por el inmenso jardín que rodeaba su casa. Se asomó al acantilado y el mar a sus pies le regalaba brillos sedosos de un azul metálico, y sobre el mar, el cielo caía plomizo, casi negro. La cordillera que paraba el viento del mar ya empezaba a desbordar la blancura algodonosa que anunciaba la galerna. Un aire cálido acariciaba su cara y cerrando los ojos su mente echó a volar.

“Era ligera gaviota planeando suavemente contra el viento. Desde arriba lo abarcaba todo, el mar a un lado y la tierra extendiéndose en imponentes montañas y valles al otro. Con las alas abrazaba toda esa belleza extasiado.

Ladeó las alas y raudo fue bajando hasta el mar. A pocos metros de la playa interrumpían colosales rocas llenas de nidos y gaviotas. Se acercó mecánicamente a uno de los nidos donde le esperaban dos bocas inmensas llenas de hambre que no paraban de clamar alimento. Un fuerte viento le sacude con fuerza y casi le golpea contra un risco. Retoma el equilibrio y planea a duras penas hasta la superficie del mar donde líneas plateadas dibujan fugazmente el imprescindible alimento que ha de conseguir. Se lanza al agua en picado. Tras el golpe aún su cuerpo alcanza a hundirse un poco más hasta rozar el escurridizo pez que se desvía ágil frustrando sus esfuerzos. Dentro, alcanza a ver una bandada de peces que con caprichosos fulgores contrastan frente al oscuro abismo marino. Se queda flotando sobre el agua y vuelve a retomar altura para nuevamente lanzarse tras otro escurridizo brillo plateado. Esta vez lo alcanza y siente en su pico la brutal sacudida de la lucha por la vida. El viento arrecia, las olas casi lo alcanzan, cae una lluvia intensa que viene a dificultar aún más la dura tarea de sujetar con fuerza la presa que pronto tiene nuevos candidatos. Rauda una gaviota le sacude la presa que queda suspendida en el aire mientras otra lo apresa al vuelo. Acelera hasta alcanzarla y tira con fuerza de la presa hasta que la siente firme en su pico y rauda se dirige a su nido donde alcanza a alimentar sólo una boca que nuevamente sigue clamando alimento como si no hubiera recibido nada. La galerna sacude con fuerza, la cortina de lluvia limita la visión, no es tiempo para volar y finalmente cae pesadamente sobre sus crías con el hambre limando con aspereza el descanso.”

De pronto abrió los ojos y se descubrió tumbado sobre la hierba mientras la lluvia caía incómoda sobre él. Tenía todavía el amargo sabor del sueño, o tal vez, pesadilla. Su estómago rugía, le faltaban fuerzas para levantarse y un doloroso cansancio lo amarraba contra el suelo. De pronto una infinita tristeza lo envuelve casi asfixiándolo. ¿Qué ha ocurrido? ¿lo he soñado o lo he vivido?

Se endereza y junto a la playa divisa las dos rocas donde alcanza a ver los puntitos blancos de las gaviotas. Siente una cercanía extraña, ya no las ve desde la lejanía, se siente tan cerca que ve perfectamente su nido y sus crías.




Todos comentan que su obra ha cambiado.
Nadie se explica en qué, exactamente.
No niegan que sus cuadros sigan siendo hermosos,
pero hay algo en ellos que inquieta, incomoda.
Generan un desasosiego difícilmente controlable.
Sus exposiciones crean cada vez mayor expectación y sólo los grandes espacios lo acogen con naturalidad. El público quiere más y su avidez
va in crescendo y sin embargo ya nadie compra un solo cuadro.
Sólo los grandes museos de todo el mundo adquieren la obra que incluyen en salas permanentes y que cada día provocan una riada humana que pasa ante ella como si pasaran
ante una deidad.
A pesar de la multitud, las salas que albergan su obra son salas silenciosas, de un silencio respetuoso, íntimo,
que le confieren al espacio un caríz místico.
Son templos a donde acuden a meditar.


El espíritu del árbol


En medio de una frondosa selva había un claro donde crecía una pequeña aldea cuyo corazón palpitaba a la sombra de un imponente árbol. A juzgar por su tamaño debía tener cientos de años, muchos más que la pequeña aldea.

Una tarde dos hombres conversaban a horcajadas al fresco de su sombra:

- Con tantas mujeres e hijos mi choza se nos queda pequeña. Necesito dos chozas más y para eso he de cortar el árbol.

- No creo que sea una buena idea… ya conoces la historia del árbol.

- ¡Bah! ¡Tonterías! No me vengas ahora con supersticiones.

- No quiero faltarle al respeto pues como jefe siempre tendrá la última palabra, pero su fuerza jamás será superior al espíritu del árbol.

- ¡Déjate de tonterías! Si no se ha cortado éste árbol es porque no ha habido necesidad hasta el momento. Ahora yo necesito cortarlo porque como jefe he de vivir en el centro de la aldea y no en las lindes donde hay más riesgos con los animales de la selva.

- Antes de tomar la decisión habrá que consultarlo…

Al día siguiente acudieron al consejo de ancianos y tras escuchar atentamente la petición del jefe la respuesta fue rápida y unánime. Se negaron en rotundo alegando que el espíritu del árbol era más poderoso y su furia podía poner en riesgo la aldea entera.

El jefe, no contento con el resultado, decidió pasar a la acción y mandó llamar a los expertos en cortar árboles. Cuando recibieron la orden se escandalizaron de tal manera que se negaron en redondo totalmente aterrados… El jefe, viendo que nadie le hacía caso, cogió un hacha y empezó a golpear el grueso tronco con furia. Alarmados, todos se abalanzaron sobre él y le ataron al tronco.

- Ya se lo decía yo, el espíritu del árbol es superior a su fuerza como jefe. El árbol es el bien común de la aldea y si lo dañas, dañas la aldea entera. No nos queda más remedio que defendernos de su locura de poder que le hace perder la razón de velar por todos, que es su misión última como jefe.

Y atado al árbol le dejaron mientras tomaban entre todos la decisión de quién iba a ser el nuevo jefe de la aldea.


"Gela-beltza", hielo negro…


Muchas veces miro atrás, imaginándome, que detrás de mí se acerca mi hermano y le aproximo mi mano que acoge con calidez. Calidez que da la confianza de estar con la persona que quieres a tu lado.

Pero un frío hielo negro viene a quebrar tanta ternura añorada… "Gela-beltza", hielo negro… qué dolor apaga mi vida!

No consigo recordar nada, absolutamente nada de lo que sucedió antes de que mis ojos enfocaran a mi madre, cadáver mutilado, amontonado entre miles de cadáveres igualmente mutilados. La brutalidad entró por los poros de mis ojos en algún momento y acto seguido todo se desvanece a negro. Fue una noche inmensa, devastadora, eterna, pero, sucedió en un instante. Luego vino el largo día que viví, día de años; día, dueña de siglos.

Mi hermano se aferraba a mí con los ojos embarrados en lágrimas, lágrimas tan inmensas que su cara era un lago. Me miraba esperando con aterrado temor que yo despertara. Yo era lo único que le quedaba, todo lo demás había dejado de existir.

Llovía. Llovía toda el agua del mundo. Llovió tanto que hasta borró nuestra aldea, sus caminos, sus chozas, la mezquita… ya no queda nada. No tengo dónde volver…

Nos arrastraron hasta unos camiones con cubierta de lona terrosa. Al subir al camión Hamid perdió su chancla, se le quedó pegado al barro. Él quiso recogerla pero los empujones de los soldados le desequilibraron y yo tuve que tirar de él para evitar que no fuese engullido por el andar desconcertado de otros niños que nos seguían el mismo destino… No sé porqué me dió por reñirle? Fue un gesto, sólo un gesto. Le reñía como un hábito que emana del tedioso deber de ser la mayor, me irritaba tener que estar todo el tiempo encima suyo, me exasperaba la lentitud con que aprendía, olvidando que alguna vez yo fui tan pequeña como él… Me cansaba cargarlo a mis espaldas cuando había que recorrer largas distancias y que llorara tanto…

Le reñí. Me miró triste, tan triste y yo me sentí tan mal que lo abracé con todas mis fuerzas. Lo siento hermano mío!

Pasamos el viaje fundidos en un desesperado abrazo. Un abrazo que aún mi cuerpo añora, un abrazo que rechaza otro. Un abrazo que quería ser un manto mágico que nos hiciera desaparecer.

Me arrancaron el abrazo de cuajo, como arrancarían el babobad que lleva siglos ahondando sus raíces en la tierra. Me arrancaron los brazos, el corazón, mi hermano y con él mi vida… Violentamente, entre gritos, insultos, golpes, lágrimas y terror nos separaron en dos grupos, las niñas en tierra y a ellos se los llevaron…

Quise correr tras él, pero un golpe seco chirrió mi cráneo y otra vez la noche negra me sumió en otra pesadilla aún más devastadora. No fue vida, no fue nada todo ese tiempo en ese túnel de horror cotidiano que ahogó como barro espeso mi cuerpo y mi ser.

Pasaron miles de soles que abrasaban mientras mis manos escarbaban la tierra en la exigencia de sacar a la luz la fuente de todas nuestras desgracias. Mientras el hambre desdibujaba nuestras siluetas, nuestras manos colmaban de riqueza las manos asesinas que no cesaban de someternos a sus inhumanos antojos. A un mismo tiempo su riqueza se fortalecía y protegía reclutando a nuestros niños, nuestro futuro… Narcotizados y forzados a cometer las mayores atrocidades bajo el frío y asfixiante manto del terror.

Solo en las noches me liberaba del pesado fango que ahogaba mi destino y echaba a volar. Lechuza blanca con ojos amarillos que escrutaban cada rincón de nuestra moribunda tierra buscando a mi querido hermano, razón de mi vida. Sólo resistí por ti, para encontrarte.

A través del brutal destino de otros fui descubriendo tu corto destino, hermano, querido hermano. Tan pequeño, tan frágil, tan niño para una guerra así…

Ya sin motivo para quedarme, sin temor para morir, me lancé a una huída lenta de aquella locura buscando otro destino que no permitiera borrar nuestra integridad.

Ahora habito una tierra húmeda como la nuestra pero serena. Mi lengua no olvida la nuestra ya desterrada pero se enriquece de otra lengua igualmente hermosa. Gela-beltza", hielo negro… cómo he revivido de nuevo! Ya casi, cuando miro atrás, no veo a mi hermano. Otras criaturas llenan mi vida, dos niños preciosos que disfrutan por nosotros aquella infancia que nos negaron tan brutalmente… y Jon, mi gran amor…

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